Vivimos, como denunció en repetidas ocasiones Juan Pablo II, en ??una Cultura de Muerte?, donde la Vida Humana ha perdido su valor absoluto y donde la producción, la comodidad y el placer, son los parámetros de la sociedad.
Como en una cascada incontenible, en los últimos 50 años el mundo ha rodado hacia la muerte. El primer paso fue el descubrimiento de los anticonceptivos, permitiendo la actividad sexual ??sin consecuencias?, léase, sin hijos.
De esa mentalidad anti-natalista, surgió por supuesto, la urgencia de legalizar el Aborto debido a ??embarazos no deseados? y el tercer paso tenía que ser el suprimir a los enfermos o ancianos para darles ??una muerte digna? o sea, para asesinarlos, quitándolos de en medio por improductivos y por molestos.
Por supuesto que atender piadosamente a un enfermo terminal o a un anciano con Altzheimer, es un reto que nos exige grandes Virtudes Cristianas, pero el dueño absoluto de la Vida es Dios y a ?l le toca decidir en sus misteriosos designios, el momento de la muerte de cada uno de sus hijos.